lunes, 9 de septiembre de 2013

¡QUIÉN QUIERA TOCAR QUE PAGUE! O EL NEGOCIO DEL ROCK. Por JJ


















Desde sus orígenes, los músicos que orientan sus neuronas por la senda del rock se encuentran con innumerables dificultades para dar a conocer su obra y poder obtener a cambio de su trabajo, un salario mínimo que les permita vivir con dignidad.

Salvo contadas excepciones y no siempre de la mano de la calidad, la gran mayoría de los artistas se ven obligados a mantener una doble actividad profesional: una gracias a la cual pueden vivir y la otra, la que en definitiva le da sentido a su vida.

Los tópicos asociados al rock & roll star y tan extendidos en la subcultura popular, donde sexys roqueros viven rodeados de glamour, fama y dinero, atraen como la miel a las moscas a innumerables aficionados que con tal se subirse a un escenario y sentir el calor de los focos, son capaces de ofrecer sus cuerpos en cualquier esquina de una gran ciudad.

Estos dos ingredientes maquiavélicamente combinados (la dureza propia de la vida del músico y el deseo de recibir, aunque sólo sea por una noche, el aplauso de novias y amigos) hace que algunos empresarios del sector, aprovechen la circunstancia para imponer sus perversas condiciones de contratación: ¡Quién quiera tocar, que pague!

No existe parangón en ninguna actividad, sector o gremio. Simplemente no existe trabajo en la que un profesional tenga que pagar para desarrollar su labor y donde la expresión “por amor al arte” cobre tanto sentido como en el mundo del rock.

Llenar la noche de acordes, haciendo que otros se diviertan, llenen locales y bailando y bebiendo muevan nuestra maltrecha economía, como los viejos singles, tiene su cara B. Y esa cara B es la cara de tonto que se le queda a todos los músicos que quieren ofrecer su trabajo de composición e interpretación, cuando escuchan una y otra vez: ¡Quién quiera tocar, que pague!

JJ es batería de LOCAL 9







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